Abrirle la puerta a una conversación de religión es casi tan delicado como dar consejos de maternidad; como dicen, toca hacerlo «con pinzas». Así que, trataré de no hablar de religión, más bien de espiritualidad: una palabra que se volvió tendencia, no por nueva, sino por necesidad. Mientras te tomas el café pregúntate: ¿hay religión sin espiritualidad? ¿Será que también hay espiritualidad sin religión? Te invito a leer con mente abierta, con la misma actitud del primero de enero, cuando estabas listo para cambiar; porque esperar que tu mundo cambie sin hacer cambios primero es una de las muchas definiciones de locura.
Vemos la espiritualidad como un tesoro perdido el cual hay que salir a buscar. Se cree que se practica solo por ir a rezar y otros piensan que se alcanza únicamente cuando se hace yoga. La desconexión que tenemos hoy con nuestro guía interior es tan inmensa que preferimos calmar nuestra soledad con WhatsApp antes de sentir eso que nos incomoda. Puedo definirnos como un rompecabezas al que le falta una pieza para estar completo; buscándola en alguien o algo. Nuestra sociedad, impulsada por el reconocimiento externo y el tener, nos invita a vivir una vida hacia afuera, olvidando que para poder florecer, primero toca cultivar la semilla. ¿Hemos todos olvidado nuestra semilla? ¿Por qué seguimos buscando afuera algo que está dentro? La espiritualidad no es algo ajeno a nosotros; todos somos seres espirituales. Así como tenemos ojos, nariz y boca, tenemos espíritu. No lo vemos, pero ahí está. El punto no será entonces encontrarlo, sino reconocerlo y conectar.
Esta, excluye todo lo externo y se centra en un sentido de conexión interna que tenemos con algo más grande que nosotros mismos. Mi abuela lo llamaría Dios, mi hermana polvo de estrellas, mi mamá energía. Es una fuerza que nos mueve, motiva y direcciona. La espiritualidad es conexión con nuestra verdad, con el alma, con ese algo más grande que nosotros, eso que todos compartimos y lo reconocen tanto la antigüedad como la ciencia moderna.
La Biblia le dice Dios y habla de su omnipresencia y cómo su “chispa divina” está presente en todo. En la Cábala está el término Ein Sof, o sea, “lo infinito”; dice que la energía de Dios impregna todo el universo. El judaísmo nos habla del Nishmá, explica que todos tenemos una esencia divina que conecta al ser humano con Dios. El budismo tiene la palabra Pratītyasamutpāda, que significa interconexión, y dice que nada existe de manera aislada. La física cuántica, para los racionales, nos lo confirma, asegurando que las partículas más pequeñas de toda materia son ondas; es energía pura, es movimiento. Al final, tú, yo, tu perro y la mata que decora tu casa, estamos hechos de lo mismo. Da igual si lo llamas Dios, energía o chispa divina, es lo que nos mueve y es lo que hemos olvidado.
Entonces: ¿cómo podemos conectar más con esta/este? ¿Cómo vivir la espiritualidad? ¿De pronto aprendiendo a conocernos un poco más; parando, sintiendo, aceptando mi verdad? Tal vez siendo curiosos de las herramientas que nos ayudan a transformar la ira, los celos, la pereza y la rabia por el amor incondicional. O quizás motivándonos a seguir esa voz interior, a oírnos, a entender que dentro de nosotros se encuentra todo lo que necesitamos y que eso que está dentro de uno también está dentro de los demás. ¿Cómo vivir tan desconectados de algo que nos hace SER? Para mí, es más loco que querer echarle azúcar al café :). Y si algo he aprendido de la religión, es que lo importante ha sido tergiversado por el ser humano, como AMÉN; esta palabra debería ser sin tilde.
AMEN. ESA ES LA LEY DE LA VIDA.