“La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”. – Mahatma Gandhi.
Un miércoles por la mañana, con el café en la mano, interiorizo la frase de este maestro, que hace explotar el hemisferio izquierdo de mi cerebro. Mi análisis y lógica me dicen que está bastante claro cómo ser feliz: la fórmula es sencilla; no necesito álgebra lineal. Lo que pienso + lo que digo + lo que hago, siempre y cuando tengan un denominador común = FELICIDAD. La parte racional de mi cerebro la tiene clara, se aprendió la fórmula de memoria. Sin embargo, se me había olvidado que mi sistema límbico, el que maneja las emociones, no había estudiado matemáticas. Por eso, aunque el objetivo de mi año sea sacar mi primer libro, ni siquiera le tengo un espacio dedicado en el calendario. Y tal vez por eso mi vecino, que quiere bajar 10 kilos, dice que va a comer bien, pero hace un pedido de pizza tamaño familiar un martes cualquiera.
¿Qué tan coherentes somos entre lo que queremos y las acciones que tomamos, entre lo que soñamos y cómo actuamos? Queremos tener relaciones duraderas, sin embargo, en el día a día, se nos acorta la paciencia, priorizamos el celular cuando llegamos a casa, no ponemos atención cuando el otro habla, no damos un abrazo. La incoherencia prima en una sociedad poco conectada con su interior.
Admiro el pensamiento de uno de los lectores de este Cafecito, bastante exitoso en su labor. En sus entrevistas, se toma el tiempo de hacerle un ejercicio a sus candidatos: poner en orden de importancia las cinco cosas de su vida y, al frente, el porcentaje de tiempo que les dedica. ¿Será tu respuesta similar a la del 99% de sus casos? Haz la prueba, pero más que todo, haz los cambios. Y claro, no todo es tan sencillo como recordar una fórmula; hay compromisos y responsabilidades que no podemos dejar, ojalá fuera tan sencillo. Pero lo cierto es que, hay pequeñas acciones que hacen la diferencia entre decir “mi familia es lo más importante para mí” y demostrarlo. A veces no se trata solo del tiempo sino de la calidad.
En fin, la coherencia no es magia ni filosofía avanzada, es simplemente dejar de autoengañarnos. Si Gandhi tenía razón y la felicidad es armonía entre lo que pensamos, decimos y hacemos… ¿Entonces será que deberíamos tomar clases de matemáticas emocionales? De nada sirve decir que queremos escribir un libro si no tenemos ni 10 minutos para sentarnos, o prometer comer sano con Domino ‘s como favorito en Uber Eats.
Gandhi ya nos pasó la fórmula; ahora toca aplicarla. Y, aunque el resultado puede no ser felicidad, sin duda será plenitud.
En el último trago de ese cafecito te dejo la pregunta: ¿Cuáles son tus 5 prioridades?