Sin autenticidad, no habría decaf coffee.
Sería un placer tomarme un cafecito con cada uno de ustedes, para que cada quien lo pida a su manera, aunque me mires raro cuando yo lo pida descafeinado y yo te mire raro cuando lo pidas con leche animal. Me encantaría, después de un par de palabras ligeras, poder preguntar: Y tú… ¿Quién eres?, esperando una respuesta que no incluya puestos de trabajo, profesiones, títulos, ingresos o apellidos. Una conversación real y honesta donde se hable de gustos, miedos y propósitos del alma. Donde nos riamos, pero también lloremos, porque cuando uno es, el paquete viene completo. Pero, como con el afán de la vida quizás no le saquemos el tiempo, propongo entonces la misma conversación, pero que el café sea contigo mismo. Porque, ¿cuándo fue la última vez que te preguntaste… y yo… ¿QUIÉN SOY?
Generalmente, es en momentos de crisis cuando esta pregunta resuena en nuestra mente, y su respuesta se siente más difícil que un examen universitario un lunes a las 6 de la mañana. Suele aparecer cuando terminamos una relación, cuando somos padres primerizos, cuando llegamos a una ciudad nueva, cuando nos sumergimos en el trabajo, o en un punto de quiebre. Llega un momento en el que ni siquiera sabemos cuál canción cantar en el carro.
Sin conocernos, no hay autenticidad, pues ¿cómo ser alguien a quien ni siquiera sabemos definir? Desde pequeños aprendemos a adaptarnos, buscando aprobación constante. Pero de adultos, en piloto automático, seguimos haciéndolo. ¿Cuánto de lo que somos está condicionado por la necesidad de aprobación? ¿Hasta dónde llegamos por un like en Instagram, por complacer a una pareja? ¿Por qué creemos que ser infieles a nosotros mismos nos convierte en fieles hacia los demás?
Si el primer paso para la autenticidad es el autoconocimiento, el segundo es ser valiente. Si nos damos el espacio para reconocer qué nos hace vibrar y qué no, se necesita coraje para dar el siguiente paso: los cambios necesarios para vivir la vida que, en esencia, queremos vivir.
Es de valientes decir “no quiero hijos” cuando todos te presionan para tenerlos. Es de valientes querer dedicarte a tus hijos cuando la sociedad solo te reconoce por lo que ganas. Es de valientes irte a vivir en un pequeño pueblo, porque es lo que llena tu alma. Es de valientes sentirte valioso, aún sin un dólar. Es de valientes mostrar lo que creas y ponerlo a la opinión del público. Es de valientes decir no, poner límites, dar la cara. Ser auténtico es puro coraje.
Puedo concluir entonces que una vida plena solo depende de nosotros. Es nuestra responsabilidad ser quienes queremos ser. No es cuestión de poder, es de querer. Cuando decimos “no puedo”, en realidad es una excusa que esconde el miedo a ser rechazados, excluidos o juzgados, estás dudando dar el paso.
Y si, a pesar de las miradas raras, sigues pidiendo el café a tu manera, ¿por qué dudas cuando se trata de las decisiones que realmente tienen un impacto en tu vida?