Ella se despierta, le sirven su café, se lo hacen especial, no es un día cualquiera. Muchos de los presentes dirán que será el mejor día de su vida. Está preparada para decir SÍ, vestida de blanco y con rosas en ramo, aunque su alma grite NO. Le gana la pregunta: ¿cómo le voy a quedar mal a tanta gente?
En otro lugar del mundo, él se despierta con el sonido agudo del despertador, se prepara un espresso doble, listo para afrontar nuevamente su día. Mismo huevo, mismo trancón, todo le activa hasta el más pequeño de sus botones rojos. Lo sientan, deben decidir renovar su contrato. Dice SÍ, aunque su alma grite NO. Gana la pregunta: ¿dónde voy a conseguir otro trabajo?
En la noche, ellos, a sus 17 años, salen de rumba. Música cool, mucha energía y exceso de presión; sacan el encendedor. Llegan a la fiesta y las pastillas que tienen precisamente no son marca Dolex; las reparten. Hay uno que dice SÍ, aunque su alma grite NO. No se siente listo, pasa rico con cerveza, las drogas no le llaman la atención. Gana la pregunta: ¿me rechazarán porque me ven como el imbécil del grupo?
Me surge entonces a mí la duda… ¿En qué momento preferimos incomodarnos a nosotros mismos por encima de incomodar a alguien más? ¿Dónde leímos que es más importante complacer los gustos y el deber ser de alguien más que nuestra propia verdad? Tanto los SÍ como los NO tienen un enorme poder. Uno impulsa; el otro… ¿limita? No, más bien pone límites; ahí radica su poder.
Cuando tenemos nuestros SÍ claros, los NO se vuelven fáciles. Desde lo simple hasta lo complejo: si quiero helado de chocolate, no me traigas el de fresa. Si sé que mi tiempo es valioso, no se lo regalo a quien no lo apriese. Tranquilos, sé el montón de matices y puntos que hay en el medio, pero a lo que voy es que los NO son como una pastillita de amor propio. Cuando vienen de adentro hacia afuera, desde nuestra verdad, están cargados de autenticidad y puro coraje.
Tal vez este sí sea el mejor día de la vida de ella, si logra transformar el SÍ por el NO. Quizás él consiga un puesto con buen ambiente laboral si hoy dice que NO. Y él no tenga en el futuro problemas con drogas, solo porque empezó bajo presión.
Acá mi última duda… ¿por qué nos cuesta tanto recibir un NO, los límites de los demás? Queremos que nos dejen ser, pero no dejamos ser. Queremos decir NO, pero decimos SÍ. ¡Qué baile!
Y si la vida es un baile, hay ciertas personas que simplemente NO están invitadas a la fiesta.
Y eso… está bien.