A veces toca tomarse un café con una de esas personas que vienen con magia para darse cuenta de los mensajes que te manda la vida. A veces toca incomodarnos para volvernos a acomodar. Y a veces toca cumplir años para aceptar que tu vida sí es un equilibrio, aunque sea desequilibrada para quienes no caminan con tus pies. Pero, ¿qué es el equilibrio?
Un maestro lleva horas jugando con cuatro niños en el parque. Él, mientras se toma su cafecito, saca un pie de manzana recién hecho y lo parte en partes iguales. ¿Cómo debe el maestro repartir el pie? A la niña mayor le entrega dos pedazos, al pequeño uno, a su hermano también, pero al amigo que los acompañaba no le toca ninguno. ¿Se enloqueció? ¿Por qué no les repartió a cada uno exactamente lo mismo? ¿No es ese el deber ser? La respuesta es simple cuando se explica, pero pocos la aciertan cuando se desconoce su contexto. En la casa de la niña mayor no había alcanzado para el desayuno del día. El pequeño y su hermano, a pesar de que habían desayunado, solo habían comido un poco de pan con chocolate. Sin embargo, el amigo venía de una casa grande y lujosa, él se sentía lleno, su desayuno había sido más que suficiente. El pie de manzana, aquella mañana, se cortó de manera justa y honesta según las condiciones.
Entonces, si tu vida fuera un pie de manzana y los pedazos representaran las diferentes áreas de tu vida, ¿los repartirías en partes iguales o primero entenderías el contexto de tu vida? ¿Lo harías de manera justa y honesta contigo mismo? ¿Te tomarías el tiempo para analizarlo? Creo que las imágenes de Google nos han distorsionado la definición de “una vida en equilibrio”, mostrándonos una balanza donde, en cada lado, está igualmente distribuida tu vida laboral y tu vida personal, y esto está lejos de la realidad. El equilibrio no es sinónimo de balance, mucho menos de balanza.
El equilibrio no se trata de dividir el pie con regla; cada cuadro no tiene por qué tener los mismos centímetros. Cuando hablamos de vivir una vida en equilibrio, es muy probable que se nos venga a la cabeza dividir nuestro día en algo como: 33.3% trabajo, 33.3% familia, 33.3% bienestar personal. Sacamos nuestro cuadrito de Excel o el calendario de Google para organizar nuestros días y poder llenar todas las horas de diferentes colores, con la paz mental de que cumplimos con nuestro deber: hacer. Ligados a las expectativas por querer cumplir, perdemos nuestra voz, lo que es realmente importante para nosotros.
Tener una vida en equilibrio se trata más bien de empezar por oírnos a nosotros mismos con preguntas como: ¿qué es lo realmente importante para mí HOY? Así, en mayúscula, porque puede ser una respuesta diferente mañana, y eso está bien. Una vez definamos esto, podremos entonces tomar nuevamente nuestro pie de manzana y dividirlo según nuestras prioridades. De pronto se verá 80% familia, 10% trabajo, 10% vida personal. Pero quizás mañana será 70% trabajo, tal vez un 40%. El objetivo no es cumplirle a la gente, es cumplirle al alma. Aceptando que tu “falta de tiempo” no es más que “hoy, esa no es mi prioridad”, y que esto está bien.
Entonces, quizás el sinónimo de equilibrio debería ser auto-honestidad y el antónimo, balanza.
Y tal vez la definición debería ser: el arte de vivir en perfecto desequilibrio.